sábado, 28 de enero de 2012

Fragmento del Diario de Ana Frank

Es un fragmento del diario de Ana Frank. Es un diario personal escrito por una niña judía que empezó a escribir entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944 en un total de tres cuadernillos conservados en la actualidad donde relata la historia de una adolescente y el tiempo de dos años cuando tuvo que ocultarse de los nazis en Amsterdam, durante la segunda guerra mundial. Me lo estoy leyendo y me está encantando. He aquí este breve fragmento.


Querida Kitty:
Hay cada vez más razones para confiar. Esto marcha. ¡Sí,
verdaderamente, marcha muy bien! ¡Noticias increíbles! Tentativa
de asesinato contra Hitler, no por judíos comunistas o por
capitalistas ingleses, sino por un general de la nobleza germánica,
un conde, y joven, por añadidura. La «Divina Providencia» ha
salvado la vida del Führer, que sólo ha tenido que sufrir, y es una lástima, algunos rasguños y quemaduras. Varios oficiales y generales
de su séquito han muerto o quedado heridos. El culpable principal
ha sido ejecutado.
Una buena prueba, ¿eh?, de que muchos oficiales y generales
están cansados de la guerra y verían con alegría y voluptuosidad a
Hitler descender a los abismos más profundos. Tras la muerte de
Hitler, los alemanes aspirarían a establecer una dictadura militar,
un medio, según ellos, de concluir la paz con los aliados, y que les
permitiría rearmarse y recomenzar la guerra veinte años después.
Quizá la Providencia haya ex profeso retardado un poco la muerte
de Hitler, pues será mucho más fácil para los aliados, y más
ventajoso también, si los germanos puros, y sin tacha se encargan
ellos mismos de matarse entre sí; menos trabajo para los rusos y
los ingleses, que podrán proceder con mayor rapidez a la
reconstrucción de sus propias ciudades.
Pero aún no hemos llegado a eso. ¡Cuidado con anticiparse!
Sin embargo, lo que arriesgo, ¿no es una realidad tangible? Por
excepción, no estoy en vena de divagar a propósito de idealismos
imposibles. Hitler tuvo nuevamente la amabilidad de hablar a su
pueblo fiel y abnegado, diciéndole que a partir de hoy todos los
militares deberán obedecer a la Gestapo; además todo soldado
que sepa que uno de sus superiores tuvo algo que ver con este
atentado degradante y cobarde, tiene el derecho de meterle una
bala en el cuerpo sin otra forma de proceso.
Va a resultar muy lindo. A Hans le duelen los pies tras una
marcha demasiado larga, y su oficial lo reprende. Hans agarra su
fusil y grita: «¡Eres tú quien ha querido asesinar al Führer! ¡Cochino!
¡Toma tu recompensa!». ¡Pum! Y el orgulloso jefe que tuvo la
audacia de reconvenir al pequeño Hans ha desaparecido para
siempre en la vida eterna (o en la muerte eterna). ¿De qué manera
quieres que esto termine? Los señores oficiales van a cagarse en
sus calzoncillos de miedo cada vez que encuentren a un soldado
o tomen un comando, y que sus presuntos inferiores tengan la
audacia de gritar más fuerte que ellos. ¿Me entiendes, o es que yo
he perdido el seso? No puedo remediarlo. Me siento demasiado
alegre para ser lógica, demasiado contenta con la expectativa de
poder sentarme de nuevo, en octubre, en los bancos de la escuela.
¡Oh, oh! ¿No he dicho hace un instante que no hay que anticiparse
nunca? ¡Perdón, perdón! No por nada me llaman «un amasijo de
contradicciones».
Tuya,
ANA

1 comentario:

  1. Muy bien, Esther:
    has elegido un momento de esta obra crucial. Por casualidad he terminado hace poco una novela muy curiosa (Niños feroces)que toca de lleno el mismo momento.

    Publicaré un fragmento en breve y te lo dedicaré...

    Un saludo.

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